Las estadísticas muestran que solo 3 de cada 10 empresas familiares sobreviven el paso de la primera a la segunda generación, y de estas, solo la mitad seguirá a la tercera generación.
Los principales motivos de esta reducción no son por los efectos de mercado ni por la madurez del producto o del servicio, ni tan solo por motivos financieros o problemas con los empleados, sino por una ineficaz comunicación entre los miembros de la familia propietaria, por la falta de alineación de intereses, por la baja confianza, por la poca armonía familiar o por la incapacidad de los herederos por ponerse de acuerdo al administrar el legado.
Para evitar ser víctima de estas circunstancias, es muy conveniente establecer unas reglas de juego efectivas y sostenibles en el tiempo entre los propietarios y/o futuros propietarios del negocio.